Foto Juan Luna
Algo tenía la tarde de ayer desde el momento en que no fue como las anteriores, ésta tuvo un cielo gris, con nubes amenazadoras que presagiaban mal tiempo, pero el buen empeño y gran disposición que mostraron los seis espadas encartelados para disputarse el histórico trofeo Oreja de Oro que otorgaba
Sin embargo, como dicen por ahí, el “gozo se fue al pozo” pues el juego que dio el ganado de la divisa de Medina Ibarra no fue el que se esperaba, aunque reiteramos lo relacionado con el enorme deseo que dejó ver en el ruedo del coso Monumental la sexteta de toreros. Desafortunadamente, al final de cuentas no hubo corte de apéndices y para decidir la suerte del trofeo que estaba en juego, de común acuerdo el comité directivo de la agrupación de matadores ya mencionada determinó declarar
Así que además de no haber concesión de trofeo, también se vivieron momentos dramáticos con las graves cornadas que sufrieron los diestros aguascalentenses César Delgadillo en el tercio medio de la cara antero interna del muslo derecho y que de acuerdo al parte médico tiene dos trayectorias, una de 25 y otra de
Ante una entrada que fue de poco más de la mitad de su aforo en el coso Monumental se llevó a cabo entonces la undécima y última corrida y penúltimo festejo del abono de
De celeste y oro, con faja y corbatín en rojo, Israel Téllez, se mostró empeñoso con el capote. En el tercio de varas, tras un buen puyazo de Mauro Prado, éste hizo la suerte de la moña, es decir, que tras una buena actuación, con una de sus manos le arranca la divisa al astado. La faena del torero guanajuatense fue de mucha entrega por ambos lados, estuvo metido entre los pitones hasta sacar muletazos de valor. No acertó al matar y fue aplaudido por el publico para reconocer su esfuerzo ante un toro que no tenia nada de casta y raza.
En tanto, de azul marino y oro, con faja y corbatín en rosa, Fabián Barba se lució con el capote en lances a la verónica y un quite igual pero a pies juntos. Su trasteo tuvo oficio y talento, siempre obligando al astado a “tragarse” la tela que le ponía el torero tanto por el pitón derecho como por el izquierdo. Mató de estocada entera y desprendida para saludar desde el tercio.
Vestido de corinto y oro, con faja y corbatín en plata, César Delgadillo trazó estupendos lances a la verónica para rematar con soberbia media, que si viviera el maestro Pancho Flores hubiera plasmado en uno de sus más reconocidos lienzos. Llevó al toro por tapatías y quitó mejor por saltilleras. Su faena presagiaba algo grande pues sus muletazos con la mano derecha tuvieron arte y solera de la más buena y exquisita. Sus naturales fueron plenos de voluntad, hizo el toreo en redondo y vino el primer parpadeo sin consecuencias y al entrar a matar vino la cornada en el muslo derecho. Aún así se quedó hasta pasaportar al burel y por su propio pie, en medio de sonora ovación, se fue a la enfermería.
De celeste y oro, con faja y corbatín en blanco, Víctor Mora poco pudo hacer con el capote, sobresaliendo un vistoso quite por chicuelinas. En varas ofició con tino Juan Cobos. Su labor muleteril fue machacona, siempre estando por encima del “socio” que no lo fue tanto. Sufrió un susto que no pasó de ahí y siguió con gran pundonor tratando de cuajar la faena pero ya no hubo más que hacer. No tuvo suerte con el pincho, le sonaron un aviso y al final se le aplaudió el esfuerzo.
Juan Chávez, de rosa y oro, con faja y corbatín en negro, vio regresar a su astado a los corrales por haberse fracturado un pitón. En su lugar salió otro, también de Medina Ibarra, al que le realizó un trasteo lleno de voluntad y valor. Terminó de pinchazo, estocada que atravesó y descabello, le sonaron un aviso y fue despedido con aplausos.
Y de obispo y azabache, con faja y corbatín en verde, José Manuel Montes se mostró lucido, variado y alegre con el capote; una larga cambiada de hinojos, se puso de pie para veroniquear y ejecutar la chicuelina, además, de quitar valiente por ajustadas gaoneras. Por darle gusto a la gente, aceptó cubrir el segundo tercio. El toro le estaba comiendo los terrenos, se lo avisó una vez pero en la segunda no se la perdonó y lo prendió de fea manera. Lo trajo prendido de los pitones varios segundos que fueron eternos y le hirió en la ingle derecha. Fue llevado a la enfermería y al toro lo lidió Israel Téllez entre la majadería de un público que no sabe lo que es esta profesión. Hay que entender que los percances de los toreros son gajes del oficio y en la historia del toreo se han dado muchos triunfos en este tipo de situaciones. No se tiene porque increpar a un torero, el que sea, por cumplir con su profesión y su deber. Tan es así que el toro era bueno y Téllez logró tandas estupendas por ambos lados pero ante la intolerancia y la grosería de la gente, inclusive de un barbaján que escudado entre los aficionados, en el anonimato, le gritó “pin…payaso” cuando ese al que le gritó es infinitamente más hombre que él. No se vale. En fin, lo estoqueó Israel y la función se acabó cuando por el sonido local se hizo saber que al no haberse cortado ningún apéndice, el trofeo Oreja de Oro se declaraba desierto. Así es que como dicen también por ahí, “otra vez será”.
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