El ambiente y el torero


La naranja es fruto de climas mediterráneos. Hace falta un verano largo para que el fruto, que es tardío, llegue a sazonar. El naranjo requiere, pues, unas condiciones especiales de suelo y clima para prosperar. Así es el torero.
Es curioso que esta comparación tenga relación con la costumbre, ya perdida, de vender naranjas en las plazas de toros.
En la vieja plaza de Madrid, aquella histórica plaza de la calle de Alcalá, escenario de efemérides gloriosas de los mejores tiempos del toreo, había vendedores de naranjas que servían su mercancía en los tendidos, lanzándola desde barreras con una increíble precisión, consecuencia de un entrenamiento y del deseo de perfección que da el saberse observado y admirado por muchos ojos. Porque todo en el toreo y alrededor del toreo se hace pensando en causar admiración.
Si el toreo se practicase a puerta cerrada, no habría pasado de ser un mero entretenimiento para el que torea. Cuando los matadores actúan a puerta cerrada es para entrenarse, para ponerse a punto, para que, cuando toreen en la plaza repleta de público, se encuentren en la forma necesaria, estén “puestos”.
Hay cosas que requieren intimidad y otras olor de muchedumbre. La intimidad en el toreo es una superación que conduce al fervor de la masa. Cuando un torero torea para sí es porque pone toda su inspiración y toda su alma en despertar, con su arte, la emoción de los espectadores. Entre esta intimidad de los grandes momentos y “el torear para la galería” se encuentra, justamente, la virtud del torero que torea para todos., para los que miran y no ven y para los que ven lo que miran. Eso se llama honradez profesional, la que ha de acompañar en el paseíllo, cada tarde, al hombre que es artífice de un arte popular.
Sin el calor del público, sin la música que acompaña a una faena, ésta no lograría encender en el torero ese fuego interior que es vida y color.
El torero tiene, pues, un clima, un ambiente, que le es peculiar. Fuera de ese ambiente no se comprenden ni el torero ni el toreo.
El muchacho que quiere ser torero, llegará a serlo porque gusta de todo eso que se concita para producir admiración. Pero ha de contar con un ambiente y con un medio. Por eso, fuera de la península Ibérica no se concibe en Europa la profesión taurina. Los toreros han de salir de tierra de toros y, dentro de ella, de aquellas zonas geográficas en que las pezuñas de los toros hacen sonar el ancho timbal del campo, como si su eco despertara ese afán, esa afición que duerme en el corazón del hombre íbero.
Verdad es que también han salido toreros de otras zonas. Son hombres de oídos privilegiados, capaces de escuchar la llamada distante de la afición simbolizada en una raza.
La profesión de torero y la evolución del mismo en su arte, en sus modos y en su conducta, ha ido ascendiendo en la escala social en la medida en que el espectáculo ha ido embelleciéndose y humanizándose. Antes de fijarse el torero como profesión, ya desde el siglo XI se tienen noticias del enfrentamiento de toros con hombres. No antes, puesto que el circo romano no puede considerarse como base ni principio del arte de torear, aunque en él hubiera toros, como también había leones y tigres.
Del número de La Lidia  del jueves 17 de diciembre de 1885, copiamos el cuadro que compila los toreros conocidos hasta ese mismo año:
CUADRO SINOPTICO
DE LOS MAS NOTABLES TOREROS DE
ESPAÑA
EDAD ANTIGUA
(Desde el siglo XI)
Rodrigo Díaz de Vivar (El Cid Campeador). Estímulo que sus proezas ocasionan en el ánimo de los caballeros españoles y temerarias empresas que éstos realizan, tomando parte en las justas y torneos de los árabes.
Adopción de estas fiestas en las costumbres cristianas.
LA ARISTOCRACIA: NOBLEZA CASTELLANA
Los Manrique de Lara.
Chacones.
Ceas.
Duques de Maqueda.
Duques de Mondéjar.
El Marqués de Tendilla.
El mismo emperador Carlos V.
EDAD MEDIA
(1700-1830)
Las corridas de toros comienzan a ser populares, y se da principio a la lidia llama de a pie. Se usa capote y muleta. El rejón es sustituido por la espada.
Francisco Romero (primero que usó el estoque).
Bellón (El Africano) .
Cándido (notable diestro).
GRAN REFORMA: EL TOREO LLEGA A SER UN ARTE.
Pedro Romero (el maestro de los maestros).
Costillares  (inventor del volapié).
Pepe-Hillo  (célebre por su generosidad, su valor y su gran éxito con las damas de su tiempo. Murió en la plaza de Madrid, 1801).
Jerónimo José Cándido (inventor de varias suertes).
Antonio Ruiz (El sombrerero) .
Juan Jiménez (El Morenillo) .
Juan León. Roque Miranda. Lucas Blanco.
EDAD MODERNA
(1830-1860)
Montes (llamado el rey de los toreros).
Juan Pastor.
Yust.
Pérez de Guzmán (noble militar).
Cúchares  (célebre por su maestría).
Labi  (notable por su gracejo).
Pepete  (muerto en la plaza de Madrid).
El Chiclanero  (celebridad en el arte taurómaco como matador).
LOS COMTEMPORANEOS
(1860-1864
RETIRADOS DE LA PROFESION:
     Manuel Domínguez.
     Cayetano Sanz.
     El Tato .
     Regatero .
     Mora.
     Don Gil.
LOS QUE TRABAJAN ACTUALMENTE:
El Gordito  (celebridad en las banderillas: inventor del quiebro).
Bocanegra  (usa la suerte de recibir).
Lagartijo (el más notable rival de Frascuelo. Reputadísimo torero de nuestros días).
Frascuelo .
Currito  (hijo del célebre Cúchares ).
Cara Ancha  (joven muy apreciado por la afición).
El Gallo  (joven también de gran crédito en el juego de las reses con el capote).
Mazzantini (comienza ahora, habiendo cambiado la pluma del escritorio por el estoque de matador de toros).
De lo que fue puro divertimiento de nobles y aun de reyes, se llega, en los albores de siglo XVIII, a fuerza de calar el toreo en la entraña del pueblo, al toreo como profesión. Y no precisamente en una escala suave que vaya de la nobleza a las clases medias y luego al pueblo, sino en un salto brusco que va de lo más alto a lo más bajo.
Los primeros profesionales de quienes se tiene conocimiento surgen de lo más plebeyo. De los mataderos, entre hombres que ejercen una dura profesión, de entre los pícaros que andan por los caminos y saltan los cercados de los toros.
Allá por la mitad del pasado siglo, el escritor malagueño don Tomás Ruiz Rubí escribió un ensayo sobre el torero, cuya lectura deja una triste impresión de los que, por aquel entonces, constituían la pléyade de hombres dedicados al menester torero.
Dice cosas que hoy nos parecen peregrinas, entre ellas la de que el torero siempre es andaluz, lo que constituye una premisa indispensable, hasta el punto de que si alguno de otra región abraza el quehacer taurino, ha de imponerse en la jerga de los «compadres», vestir como los andaluces y hablar como ellos.
Describe al torero como un hombre jaranero, rumboso, gozador de la vida. Clasifica después a los toreros en cuatro categorías. Los bravucones , que sólo tienen pies; los de sentío , que carecen de ellos, pero poseen bastante cabeza, los abantos , que no tienen ni pies ni cabeza; y por último, los de buentrapío, es decir, los que tienen cabeza, corazón y pies.
Se extiende después el cronista en una prolija descripción de esas cuatro clases de toreros, para acabar con una loa al zeño Paquiro , al que incluye en los de buentrapío . Sus ditirambos al diestro de Chiclana lo exaltan como hombre bueno y torero excepcional. Festeja sus virtudes y el conjunto de reglas que ha dejado a la posteridad, haciendo un ruego al Gobierno, para que tome en consideración lo que Paquiro aconseja en tales reglas, en bien de sus compañeros y sucesores.
            Lo que no quita para que concluya diciendo “El toro no sabe leer ni escribir; por consiguiente, a lo mejor da al traste con todas las reglas y con un mete y saca iguala las diferentes clases de toreros”.
Del torero primitivo -con su primitivismo social- al que después ha llegado a ser, hay una gran diferencia, basada en el distinto concepto del honor, en la cultura, en la adaptación, desplegados con la misma soltura con que se manejan los útiles de torear.
            Desde el Dr. D. Victoriano de la Serna hasta el letrado D. Victoriano Valencia, el escalafón taurino está cuajado de hombres que compiten en sociedad con las personas mejor preparadas.
            Hoy, los hombres de la mejor condición intelectual y social se disputan la amistad de los toreros. El torero de hoy, en líneas generales, es hombre de profundos principios morales, que ha sabido colocar a la profesión en un alto rango
            La excepción a lo que ya es norma, subsiste, naturalmente, como en cualquier otra profesión, porque hombres con espíritu primitivo constituyen especie que no se agota. Que de todo ha de haber en la Viña del Señor.