lunes, 5 de abril de 2010

Suspiros de España


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Sevilla
Real Maestranza de Sevilla. Domingo de Resurrección, 4 de abril de 2010. Lleno de «no hay billetes». Toros de Daniel Ruiz, incluido el sobrero (1º bis), los tres primeros demasiados flojos, los tres últimos, mansos pero van a más y se dejan torear.
Morante de la Puebla, de verde y oro. Dos pinchazos y estocada corta (silencio). En el cuarto, estocada chalequera (oreja).
José María Manzanares, de tabaco y oro. Estoconazo (silencio). En el quinto, gran estocada (oreja).
Miguel Ángel Perera, de azul y oro. Estocada trasera (silencio). En el sexto, estocada baja (palmas).

En los tres primeros toros, parece cumplirse el tópico (expectación y decepción) con reses demasiado flojas. Luego, Morante endereza la tarde con una preciosa faena, a los sones de un bellísimo pasodoble, y Manzanares despliega su natural elegancia.
La corrida sevillana del Domingo de Resurrección es para mí, sin duda, la más hermosa del año. (Subrayo: digo la más hermosa, no la más exigente). Siempre la he comparado a la inauguración de la temporada de ópera en la Scala de Milán. Para los aficionados del mundo entero, es un lujo estar allí y todos los diestros se pelean por entrar en el cartel.
El de este año es muy brillante en los diestros, con la entrada de Perera, que el año pasado, por no haber sido incluido en este cartel, no acudió a la Feria. Quizá se equivocó, cuando estaba en su mejor momento.
Esta tarde se planteaba la novedad -y el riesgo- de que, por primera vez en muchos años, los toros no eran de un ganadero andaluz: el albaceteño Daniel Ruiz; en realidad, una novedad relativa, pues es puro Domecq.
La flojedad de los tres primeros ha estado a punto de dar al traste con la tarde. El primero se derrumba y es devuelto: ¡vaya comienzo! El sobrero no tiene más fuerzas y está al borde de la devolución. El tercero mansea, tardea y se raja enseguida.
Con esos toros, Morante dibuja naturales limpios y derechazos a cuentagotas: todo, sin la emoción que da el toro. Manzanares sólo logra ligar una serie de derechazos a mitad de faena; tiene que insistir mucho y el público se impacienta. Perera hace concebir esperanzas con sus impávidas gaoneras y se muestra muy dispuesto, pero los enganchones provocan la decepción.
Todo cambia en la segunda parte. El cuarto y el quinto flojean, son sosos y mansean, pero se vienen arriba en la muleta y permiten el lucimiento. Y Morante de la Puebla nos deleita con su gracia sevillana, hecha -como me explicaba el maestro Pepe Luis- de improvisación, de sorprender al público con garbo...
Primero, buenas verónicas, que el toro toma a regañadientes; luego, un quite de verdad majestuoso, a cámara lenta. (No hago literatura, intento narrar con exactitud).
Con la muleta, en el centro mismo del platillo, dibuja derechazos y naturales con naturalidad hoy muy rara. Y suena la música, esa música extraordinaria de la Maestranza, que acierta esta vez incluso en la elección del pasodoble: «Suspiros de España». ¡Qué belleza! Luego, hasta alardes de valor, aguantando parones. Y abaniqueos y desplantes: manes sevillanos de Rafael el Gallo, de Chicuelo, de Pepe Luis, de Antonio Bienvenida, de Manolo Vázquez...
No es raro que el público sevillano, tan sensible a este tipo de estética, se vuelva loco y ponga en sus manos la primera oreja del año.
Otra consigue Manzanares en el quinto, que mejora en la muleta, se deja por la derecha pero protesta por el otro lado. José Mari torea con clase, con armonía, manteniendo la muleta en la cara para ligar el siguiente muletazo. Brilla, sobre todo, en los preciosos cambios de mano, que encandilan a este público. Y mata a éste, como al anterior, de una gran estocada.
No es la tarde de Perera
Decididamente, no es la tarde de Perera, tampoco en el sexto. No llega a acoplarse, sufre demasiados enganchones. Y el arrimón final aquí no gusta. Se justifica con valor pero nada más. Y se le va la mano en la estocada a un toro llamado «Feminista». (¿Qué diría Bibiana Aído?).
No ha acabado en decepción esta tarde, tan esperada. Para el sevillano -lo ha definido Antonio Burgos, maestro en estos saberes- «sacar la almohadilla en la Maestranza es el gran rito primaveral».
Lo hemos vivido gozosamente esta tarde. La luz de Sevilla ha convertido a la Maestranza, una vez más, en una joya de cal, albero y piedra centenaria.
Recuerdo a Juan Ramón Jiménez: «Sobre la Plaza de Toros arde en oro la alegría». La alegría de ese momento único: Morante toreando, en la boca de riego, y los sones de «Suspiros de España», hermosos hasta en el título.
Por eso vale la pena aguantar tantas tardes aburridas y a tantos antitaurinos ignorantes: por poder seguir sintiendo, el Domingo de Resurrección, en la Maestranza, el arte español y universal de la Tauromaquia.

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